Muchas son las consecuencias que trae el hecho de que un jugador simule dolor ante una falta. No solamente dentro del campo sino también en los banquillos y en la grada. La exageración del dolor es una de las cosas que más influye en un partido, ya que genere errores arbitrales o no, la decisión que este tome será motivo de enfrentamiento entre los jugadores y de polémica en la grada, que caldeará más si cabe el ambiente del partido.
Realmente nadie ha sacado la cuenta pero en un partido hay muchísimas simulaciones y pedidos de falta por parte de los jugadores. Ponte a pensar que cada vez que 2 jugadores saltan a cabecear un balón, es casi seguro que uno de ellos se quejará o gritará como si le hubiesen dado una puñalada por la espalda. Por otra parte, casi todos los jugadores que reciben una entrada o una zancadilla, miran al árbitro desde el suelo mientras sufren “horriblemente”.
Con todo esto, es normal que el árbitro pueda ser engañado en alguna de estas jugadas y cometer una injusticia que indigne al equipo y a su afición. Los “heridos de pacotilla”, aún no logrando engañar al árbitro, calientan el ambiente del partido y de la grada. De esta manera, la presión al árbitro se le acumula y es más probable que cometa errores en un sentido u otro. Su experiencia, su buena condición física y la suerte de estar en el sitio correcto para evitar ser engañado son fundamentales para minimizar errores, aunque todos sabemos que tome la decisión que tome no va a dejar conforme a la parte afectada porque recordemos que el Fair Play es bueno si es para nuestra conveniencia.
Los “heridos de pacotilla” son la más fiel expresión de que el fútbol es un juego en el que lo importante es ganar, y no importa si para ello haya que echar mano de actuaciones “poco viriles”.
Y ahora que hacemos? Que prefieren? Un fútbol con “heridos de pacotilla” o uno con jugadores que no pierdan de vista los valores que el deporte tiene como tal? La respuesta queda en el aire.
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