Protestas al árbitro como presión.
Estoy seguro, antes que se marcara el primer gol en la historia de un campeonato de fútbol ya se le protestaba al árbitro. Es casi imposible de imaginar un partido de fútbol en donde no se le proteste al árbitro algo, sea una falta, un saque de banda, etc. Las decisiones del árbitro, sean justas o no, son las que alimentan la polémica del fútbol dentro y fuera del campo. Hoy me centraré en las protestas al árbitro independientemente de si son justas o no; pues para protestarle al árbitro no hace falta tener razón sino simplemente presionarlo.
Como ya he dicho en otros artículos, el árbitro es una persona que está sometida a mucha presión. Como tal, tiene su situación personal que puede influir en la actitud y en la motivación a la hora de arbitrar un partido. A esta presión hay que sumarle la de los jugadores de ambos equipos (algunos más que otros) y la del público. La personalidad y la experiencia del árbitro en saber llevar estas circunstancias, pueden acentuar o disminuir la presión del partido. Por más experiencia que tenga el árbitro, es imposible que sea ajeno a las presiones que en un partido suceden. Si que es más probable que un árbitro con experiencia lo lleve mejor, pero no es inmune.
Protestar es en esencia reclamar algo; pedir lo que nos corresponde o lo que nos parece justo; le pedimos al árbitro que nos de la razón y que haga justicia a mi favor (a favor de mi equipo). El problema es que los jugadores del otro equipo reclaman lo mismo y con los mismo intereses en las mismas jugadas. Pero lo más importante es que sea a nuestro favor no que sea justo… si además es justo mejor.
Entonces, para que protestar si no tenemos razón? Lo importante es que sea a favor de nuestro equipo, si no es en esta jugada dudosa (para el árbitro) lo será en la otra. En un partido de fútbol un árbitro tiene que tomar más de 300 decisiones, algunas de ellas en décimas de segundo. El lugar en donde el árbitro este a la hora de ver y juzgar una jugada puede ser clave para tomar un decisión, como por ejemplo el fuera de juego o el tener un jugador delante que no le permita ver una falta. Por eso se hace tanto énfasis en el estado físico de los árbitros, que cuanto más cerca esté de la jugada mejor lo hará y menos protestas tendrá.
Las presiones que el árbitro tenga y como le afecten pueden influir en pequeños detalles. No quiero decir con esto que los árbitros actúan mal concientemente (a propósito), sino que inconscientemente (sin darse cuenta) pueden equivocarse afectados por las presiones, como cualquier persona que se ponga en sus zapatos. Esto que parece que lo sabe todo el mundo, se le olvida a los que ponen su fanatismo por delante de la razón y creen que el árbitro comete errores a favor de un equipo de manera premeditada. Que piensan que van a favor del equipo “más importante” o que le han pagado una cena. Lo que en realidad sucede es que no se lo han pitado a favor de su equipo, siendo todo lo demás invisible a sus ojos.
Pero hay que tener cuidado de cómo protestar, pues hacerlo de manera inadecuada o inoportunamente puede convertirse en un lastre. El lugar en donde ponga el listón el árbitro marcará el hasta donde y cómo protestarle. Un listón demasiado alto puede que no sea fácil de mantener si es que quiere terminar el partido en su totalidad; y uno demasiado bajo provocaría una pérdida de respeto al árbitro con sus nefastas consecuencias para el partido.
En cada partido el árbitro deberá buscar el equilibrio entre lo que tolera y lo que no. Los jugadores y el público están muy atentos a las evoluciones del árbitro en este aspecto y lo toman en cuenta, condicionando durante el partido sus protestas así como la intensidad de las mismas. Es decir, si permite que le griten, que lo insulten, que le hagan gestos de burla, etc. El árbitro puede comenzar a tomar represalias mediante tarjetas y/o cabrearse con los responsables de tanto “maltrato psicológico” y caer en la venganza, pitándoles algunas faltas en contra. No hay que perder de vista la condición de persona del árbitro y como tal, es antes persona que árbitro. Un buen árbitro no debe caer en esto, y si lo hace es que no es buen árbitro. En todo caso, no conviene insistir al punto de tener el árbitro en contra, pues nunca se sabe.
A la hora de protestar, no es bueno protestar cosas evidentes. Una acción de juego clara, que sea tan clara que no admita 2 opiniones, no merece ser protestada. Protestar lo que es lógico desvirtúa las protestas futuras, pues el árbitro pensará: “si me protestan esto es que todo lo que me protesten será igual”, y no tomará muy en cuenta lo que ese jugador o equipo le diga. Por lo general, protestar todo el tiempo no produce presión al árbitro a favor del equipo, sino todo lo contrario.
Por eso es importante para el jugador saber cuando protestar y con que intensidad hacerlo. Mientras que para el árbitro, un buen conocimiento del reglamento y un buen estado físico que lo lleve a estar cerca de las jugadas, le evitará muchas protestas. La capacidad del árbitro para soportar la presión no se enseña en ningún lado y no tiene ninguna medida, solo la experiencia y la personalidad hacen la diferencia.
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